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Iglesia El Calvario, un referente espiritual

Paz y tranquilidad son las emociones que transmite la iglesia El Calvario. La primera misa del día comienza a las 4:00 p.m., las personas se disponen a entrar al majestuoso y antiguo lugar; algunos van acompañados por sus familias, otros en cambio prefieren ir solos, quizás porque no tienen con quien más ir o por gusto propio.

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La iglesia se llena de personas del barrio, adultos mayores, niños y algunos jóvenes, es curioso ver los pocos jóvenes que asisten a la solemne eucaristía. El coro de la iglesia se dispone a tocar las melodiosas y angelicales canciones a Dios y el padre  con su sotana frente al micrófono comienza a dar el sermón.

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Las personas se acomodan, cada una en una banca de la iglesia, son tantos feligreses que incluso, no quedan asientos, pero la iglesia afortunadamente dispone de sillas extras. Son las 4:40 p.m. la misa pronto acaba, ahora es el sagrado rito de la comunión, la fe se aviva entre los creyentes.

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A las 5:00 p.m. finaliza la sagrada eucaristía, y los católicos salen del solemne lugar con la bendición de Dios; se observa una aglomeración de personas que se dirige a las puertas de la iglesia para salir. La iglesia de El Calvario queda vacía, pero no tarda en llenarse nuevamente para la misa de 5:00 p.m. Luego a las 7:00 pm. a la hora de la última misa. A partir de las 8:00 p.m. la iglesia queda vacía.

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Es en absoluto una representación histórica, que desde su fundación en 1942 ha cautivado a los creyentes del barrio. Desde afuera se observa la cúpula con un viejo reloj que ya no marca la hora, y un cristo. Sus vitrales son coloridos como el arcoíris, es un vidrio fino que hace que la luz del exterior entre directamente como luz celestial. La iglesia de El Calvario es muy importante para sus habitantes y el significado que tiene además de su antigüedad mucho más.

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Un recorrido matutino por el barrio

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Salí de mi casa en las avenidas, específicamente en la calle 73 con carrera 47, a las 9:47 A.M. el sol iluminaba casi como un automóvil cuando sus farolas están altas, pues me obligaba a mirar con un ojo cerrado y el otro abierto, intercambiando momentáneamente el ojo cerrado con el abierto para mantenerlos húmedos con las lágrimas.

Con mis tenis cómodos, pero flojos en las agujetas di solo cinco pasos hacia arriba en la acera acabada de ser remodelada, pasé por la sastrería de Félix, donde con su siempre simpatía y carisma, pero con su mirada de haberse recién despertado, me saludó “hola monito" como siempre me llama, inmediatamente asentí la mirada y respondí “Félix, ¿bien?” pero sin dejar de caminar. Cuando me respondió ya estaba 5 metros de su sastrería, por lo que alcancé a oír solamente su voz inteligible.

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Pasaron cinco minutos cuando llegué hasta la esquina, en ella duré dos minutos para cruzar, pues la carrera 47 siempre ha sido catalogada por alto flujo de carros y motos. Esperando el cruce en el que los vehículos atravesaban, mi camino, casi como si todos llevaran afán, logré notar que nuevamente se estaba arrendado un apartamento que meses anteriores estuvo también disponible a la renta.

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Después de haber cruzado caminé durante siete minutos hacia la izquierda, esos siete minutos se convirtieron en cinco cuadras disparejas, unas planas otras en subida, unas más largas que otras y el sol cada vez se volvía más intenso, porque ya faltaban tres minutos para ser las 10:00 a.m. Bajé hacia la izquierda por una calle que hacía contraste a las otras porque esta tenía callejones en sus dos extremos, mientras que las otras calles eran solamente casas. Sin embargo, la calle era también rodeada por un poco de árboles grandes que me hacían sombra a la luminosidad del sol.

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Bajando me encontré con mi amigo Fredy, venía con ropa cómoda, con un short y una camiseta de interior, con una bolsa en la mano, dicha bolsa al parecer de empanadas, pues era café y sus partes inferiores se notaban húmedas, como el aceite de las empanadas. Lo saludé, pero con un poco de prisa, pues ya tenía seca mi garganta.

Él al ver mi saludo un poco indiferente y afanado, su rostro como si una persona se hubiera sentido incómoda.

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No presté atención a la mirada de Fredy, pues en mi mente solo estaba presente la helada avena de 1.500 pesos que tomo normalmente. Aceleré el paso para ir a la cafetería de la otra esquina, en la que vendían dicha avena; debí pasar cerca a la iglesia El Calvario y se veía a sus alrededores vendedores de comida generalmente para desayunos, como empanadas, buñuelos, palos de queso, pero la fila para comprar, medía lo que mide dos frentes de una casa.

Me sorprendió, porque a pesar de los árboles que hay, el sol atravesaba sus ramas y golpeaba la piel de cada una de las personas que se encontraban en aquella fila.

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Lo que hizo que yo no continuara la fila, además, tenía la garganta rasposa y continué hacia la cafetería, haber caminado al menos unos sesenta pasos largos llegué al lugar, el que me agrada por su olor a pan recién horneado combinado de su espacio hogareño, con electrodomésticos antiguos que hacen más familiar el ambiente. Me atendió la trabajadora con un delantal blanco con algunas manchas de café regado, teniendo una sonrisa grande y determinación.

Pedí mi anhelada avena, la cual demoró más ella dármela, que yo en tomarla. Insatisfecho repetí, pero el segundo vaso si estaba más congelado, por lo que tuve que beberla lentamente mientras me sentaba en el muro de esa esquina que cumple como función de silla. Ya eran las 10:30 A.M. me refrescaba en aquel asiento de cemento teniendo vista al frente del parque de la iglesia, donde veía niños a lo lejos en columpios y alisaderos. De mi izquierda venía yo, en la otra esquina veía que la fila no se movía, donde me sentí complacido de mi decisión al no seguir la fila.

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A mi derecha estaba una hamburguesería, llamada Hamburguesas La 46. Me quedé detenidamente observando cómo tres personas lavaban el establecimiento, incluso con sus uniformes de trabajo de colores naranjas, verdes y rojos.

Terminé mi avena, boté el vaso de plástico en el bote de basura. Me devolví, noté que la fila ya era casi inexistente, ya faltaban cinco minutos para las 11 y dije “a esta hora ya casi todo el mundo desayunó”.

Continué por la misma calle, esta vez no subí, pues debía ir a la papelería que quedaba a dos cuadras.

Caminando tranquilo, con el sol más mitigado por las edificaciones de las casas, ya la luz y el calor no eran feroces; en tres minutos llegué a la papelería de Nicolás, quien muy amable me saludó, con su rostro contento de verme, quizás era uno de sus primeros clientes del día.

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Al entrar se puede notar gran cantidad de productos, donde no solo sus vitrinas estaban llenas, sino también, sus paredes e incluso el techo. No todo eran productos de papelería, sino también de juguetes o accesorios para fiestas. Su olor a hoja de papel nuevo me hacía querer quedarme allí todo el tiempo. Aunque, no fue tanto tiempo el que estuve allí, debía volver a mi casa a almorzar. Finalmente seguí caminando de forma recta, aún me faltaban dos cuadras para llegar a mi hogar.

Al salir se siente cada vez más fuerte el sonido de una sirena de emergencia, hasta que veo venir a toda velocidad un camión de bomberos exorbitante en su tamaño, con un verde amarillo que visibilizaba más su acercamiento.

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Sentí una corriente de aire impactar hacia mí, esto significaba que el camión de bomberos pasó por mi lado, en el cual vi bomberos sujetados en barandas, en el que se veían casi en el aire.

Continué mi camino, ya iba a ser medio día, hasta que llegué a la esquina de mi cuadra listo para comenzar a subir, vi que la estación que estaba allí mismo salía otro camión de bomberos hacia la misma dirección.

Con incertidumbre de lo que pudo haber ocurrido continué mi camino a casa y comencé a subir.

Las aceras estaban deshabitadas, en ese momento pensaba que mis vecinos debían de estar almorzando.

Mi casa está dos casas arriba de la mitad de la cuadra, por lo que no era mucho el trayecto, sin embargo, mi paso era más lento por ir en subida.

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Subiendo por aquella acera renovada, noté la calle del frente un camión de trasteo, al parecer tendría nuevos vecinos.

Tres casas antes de llegar a mi hogar, salió a la ventana Tizo, mi vecina que desconocía si su nombre era ese, o era algún apodo. Pero como siempre, saludándome con gran entusiasmo, con el cabello recogido, lo que me indicaba que se había acabado de despertar, pues suele estar con el cabello suelto cuando la veo.

Después de un leve saludo, yo continué hasta llegar a mi casa, justamente a las 12:10 p.m.

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